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¿Por qué a los escritores no les gusta ganar dinero?

Una carta mensual de Lizandro Samuel

CIRCULO AMARILLO AND LIZANDRO SAMUEL

JUN 29

El meme dice que los escritores, y los artistas en general, pasan hambre. Las familias, las instituciones y la población en general han asumido esta ecuación: artes = solo unos pocos muy privilegiados hacen dinero. Y no pocas veces esos “pocos muy privilegiados” son vistos con sospecha.

Hoy está de moda pedir un Nobel para Stephen King, pero durante décadas se le consideró un escritor menor, al que se le endilgaba la etiqueta de popular con cierto desprecio. Esto último también sucedió paradójicamente con los autores del Boom Latinoamericano, a los que, llegado un punto, ciertos sectores de la industria literaria empezaron a criticar la publicidad y el marketing que llevó a estos hombres a ser insignias de la literatura mundial.

Léase bien, dentro de las muchas cosas cuestionables en el Boom (como el machismo), se escogió duramente mucho tiempo mirar con fastidio el aparataje mediático que lo rodeó. Es decir, hubo a quienes fastidió que esos escritores fueran famosos y ganasen mucho dinero.

A Isabel Allende, otro ejemplo, más de uno la desprecia por su fama.

Por todo esto se me ocurrió agarrar el mapa y darle la vuelta.

Ver la situación desde otro ángulo, pues.

Porque, aunque en la industria del cine y de la música también son muy pocos los que hacen la mayor parte del dinero, de repente está bien ser Quentin Tarantino o Natalia Lafourcade: triunfar joven, hacer dinero, ser solvente, explorar el arte.

¿Por qué en la industria literaria latinoamericana hay tanto desprecio por la rentabilidad?

El merecimiento

Lo primero que se me ocurre es que durante años, en esta parte del mundo, ser escritor se vio más como un título nobiliario que como un trabajo.

Esto era –es– un problema. De entrada, te ponía en la situación de decir que eso ni se aprende ni se estudia, tampoco se paga y menos se desarrolla. Es decir, estaba más ligado al pensamiento mágico que a la realidad: como si un escritor fuera una oruga que llega a mariposa después de cocer su cuerpo en un infierno de lava.

Aunque en general creo que hoy día casi todos estaríamos de acuerdo en que eso es una soberana ridiculez, hay resabios de esa creencia en nuestra cultura.

Un ejemplo que me resulta llamativo es el de la comparación.

Y no estoy hablando de jóvenes ambiciosos que quieren ganar el Nobel, con la misma mirada que un púber Cristiano Ronaldo al que le preguntaron en los albores de su adolescencia qué quería ser de grande y respondió: “El mejor futbolista de la historia”. No, no, no me refiero a ese tipo de ambiciones quizá desproporcionadas quizá nutritivas, sino a la comparación que es hija de la inseguridad.

Jóvenes y adultos que se cuestionan si deberían escribir, pues no sienten que su talento esté a la altura de Joyce Carol Oates.

Es curioso, porque he conocido mucha gente competitiva y ambiciosa en todos los rubros. Mucha en serio. Sin embargo, la gran mayoría de panas que tuve que comenzaban a estudiar Medicina no se estaban cuestionando si lograrían erradicar el cáncer, o los que estudiaban Ingeniería o Publicidad no sentían que profanaban las aulas de clase pues no tenían los cerebros de Steve Wozniak ni de Steve Jobs.

Pero, de repente, alguien se plantea ser escritor y teme que su obra no esté a la altura de William Shakespeare.

Mi consejo no solicitado a esas personas es, amigo, amiga, mejor no te embarques en la labor de tener hijos o pareja. Porque, te aviso, llegarle a los talones a la literatura de Shakespeare va a ser muuuuuuuuuuuuuuuucho más fácil que ser EL MEJOR PAPÁ/MAMÁ o EL MEJOR AMANTE/PAREJA de la Historia.

Estratificación

Me da pereza meterme en estas aguas, así que solo me humedeceré un poco. Roberto Bolaño dijo una vez –palabras más, palabras menos– que lo único que le faltaba para ser un gran escritor latinoamericano era ser de izquierda.

Me pregunto hasta qué punto la ideología económica y política de la época permea en la concepción que tienen algunos de lo que debe ser el oficio.

Desafortunadamente, Latinoamérica es una región con menos recursos y más problemas que Norteamérica y Europa. Es decir, que si de entrada sientes que no mereces dinero por la literatura, o que está mal buscarlo/pedirlo debido a tu ideología, te pones a ti y a tus contemporáneos en una situación incómoda. 

Porque todos estamos de acuerdo en que para ser escritor o escritora hay que escribir. Y escribir, lo sabemos, lleva tiempo. Si ese tiempo no produce ganancias materiales, en el fondo lo que se está diciendo es que solo la clase media (dependiendo del país), media-alta y alta puede dedicarse a escribir.

O sea, se está estratificando la creación literaria.

Socialmente, la región te está diciendo: “Si naces pobre o casi pobre, no mereces dedicarte a las letras”.

Ups. No suena muy bonito esto, ¿verdad?

Pero hay algo igual de lamentable en términos artísticos. Y es la falta de pluralidad de voces.

Porque si solo escriben con constancia los que tienen económicamente su vida resuelta o los académicos que logran integrar su vida creativa a la institucional, lo que se va a lograr es una gran amalgama de voces muuuy parecidas entre sí. Lo cual atenta contra el arte y contra el sentido mismo de la literatura.

Siempre me ha llamado la atención cómo en Estados Unidos, ese monstruo comercial que todo lo sabe vender, hay escritores de todo tipo y para todos los gustos. Y en cada rubro los hay muy exitosos, muy rentables y hasta muy enriquecidos. Escritores que parecieran venir de todos los orígenes y realidades posibles.

Y eso solo ha sido viable gracias a editoriales, instituciones y escritores que han entendido la literatura como un negocio. En el que por supuesto que para que sea arte el dinero no es lo principal, pero sí una parte fundamental de la ecuación. Porque para volar el avión necesita las alas y el motor, pero sin las ruedas no podrá aterrizar sin volverse trizas.

“El dinero es malo. Cobrar es malo. El arte no se comercializa. Solo los elegidos escriben y publican. La literatura debe ser gratuita y nadie debe ver dinero en ella. ¡Viva Latinoamérica!”.

Ajá.

Una pregunta: ¿cuántos autores latinoamericanos súper famosos o consagrados pueden nombrar que sean de piel oscura o de rasgos indígenas?

Miedo al fracaso

Algo que es una realidad en Latinoamérica, y me atrevería a decir que en cualquier parte del mundo, es que para ser escritor profesional hay que esforzarse bastante. Es muy difícil rentabilizar el trabajo y al mismo tiempo desarrollar una obra auténtica-valiosa sin invertir muchas horas en leer/escribir.

Pienso ahora en una anécdota de Patrick Mouratoglou, famoso entrenador de tenis que trabajó, entre otros, con Serena Williams. Él cuenta que solo entrenaba a personas que quisieran ser los mejores del mundo. Si ese no era el caso, prefería no establecer una relación deportiva.

Sería fácil pensar, dijo, que cualquiera quiere ser el mejor. De hecho, casi todos, de forma automática, decían sí, por supuesto, yo trabajo para llegar lo más alto posible. Pero en realidad esto no es así. La mayoría de las personas no quiere ser de los mejores, quizá algunos fantaseen con tener los privilegios que implican estar en los primeros puestos; sin embargo, casi todos se sienten incómodas con ese nivel de éxito.

Además, Patrick, según contó, durante muchos años se preguntó porqué había atletas con tanto talento que parecían autosabotearse. No entraban como era debido, llegaban tarde, no se comprometían con el descanso y la alimentación. O peor: salían a la cancha desconcentrados, sin esforzarse lo suficiente. No lo entendía.

Hasta que se dio cuenta, y esto se lo he escuchado a muchos psicólogos, que no entregarse al 100% era una especie de mecanismo de defensa. De esto modo, cuando la derrota se produjese, el atleta siempre podía decir: “Es que no comí/dormí/entrené bien. Es que me desconcentré. Es que estaba confiado”. Y así nunca tendría que enfrentarse al doloroso abismo de aceptar la derrota por el simple hecho de que la persona que estaba delante fue superior.

El miedo al fracaso es atroz para muchos: les impide comprometerse.

Pero el miedo al éxito, sus responsabilidades y consecuencias, es igual de inmenso.

En los últimos diez años he visto demasiadas personas talentosas no continuar escribiendo, o al menos no de forma disciplinada, amparadas en muchas excusas. Y siempre que oigo/veo algo por el estilo, pienso en esta anécdota del susodicho entrenador.

Porque, al final, creo que el talento es lo menos importante en el camino de la literatura.

Por lo que he leído, visto, escuchado y vivido, me parece que lo que realmente hace que unos lleguen más lejos que otros es en buena medida el temperamento.

Lo digo con frecuencia en mis talleres: si decides ser escritor o escritora, la única consideración importante es cuánto tiempo de tu vida estás dispuesto a dedicar a ese objetivo.

No es tu culpa, el sistema está hecho así

Ahora, una caricia:

Si te esfuerzas, si sientes que tienes talento y aún así todavía no lo estás logrando, respira: el problema puede que no seas tú, sino el sistema.

Debes entenderlo.

La industria literaria latinoamericana fue armada por gente que, al aparecer, desprecia el dinero y promueve la estratificación del arte.

No estoy señalando a nadie en particular, ni siquiera sé cuándo empezó esto. Es el sistema.

Nótese que muchos de los premios mejor remunerados tienen un perfil que premia a autores súper consagrados, cuyos ganadores suelen ser personas por encima de los 60 años. Y está muy bien que esos premios existan. Lo preocupante es que haya tan pocos y con tan poca variedad.

Cuando veo a leyendas vivas de la literatura recibir premios de medio millón de dólares a sus 70 años me contento por ellos. Y también me pregunto: ¿qué nivel podría haber alcanzado esa persona de haber tenido un apoyo similar desde el principio o desde mediados de su carrera?

¿Cuántos extraordinarios poetas nos hemos perdido porque no están dispuestos a hacer todo lo que hay que hacer para un día ganar un premio de ese calibre?

Recuerdo un texto de Martín Caparrós en el que cuestionaba que muchas revistas al identificar una pluma extraordinaria le ofrecían un cargo como editor; es decir, mataban a un escritor poderosísimo para contratar un editor probablemente inexperto.

¿Por qué el modelo de negocio de tantas revistas no se ha enfocado en promover talentos literarios, en llevarle a los lectores cosas que les interesen, en construir una cadena de consumo que nutra a todas las partes?

El sistema tiene innumerables fallos y estamos muy lejos de tener sindicatos o asociaciones (como sí los hay en Estados Unidos o en partes de Europa). Por eso, lamentablemente, los escritores que más sobresalen son los que en el deporte o los negocios llamarían verdaderos animales competitivos.

O gente que escribe mucho y con mucha disciplina, o gente que pone mucho empeño en promocionarse y en distribuir su obra, o gente que se prepara para hacer de su arte su medio de vida. O gente que cumple dos de las tres cosas o, incluso, las tres.

Esta es la realidad de los escritores latinoamericanos.

Si me preguntan, y esto es algo que sin quererlo nos ha enseñado la insurrección digital surgida en Silicon Valley, el aporte más novedoso y de valor que se puede hacer a la literatura de la región es cambiar la industria. Por todo lo que ya he dicho, pero también porque está probado que la manera más rápida de transformar la sociedad es cambiando las herramientas de las que dispone.

Si artísticamente se desea que haya más pluralidad y propuestas disruptivas, la manera más rápida de lograr eso es aumentando el acceso a la literatura y facilitando que alguien no tenga que escoger entre hacer mercado y escribir. Lo demás vendrá casi solo.

Ese, me parece, podría ser uno de los deberes (si es que se puede hablar de tal cosa) de estas generaciones: transformar las reglas de juego de una industria que siempre ha despreciado el dinero.

Al mismo tiempo, debes saber que si lo que quieres es triunfar en este ecosistema, lamentablemente, estas son las condiciones. Así que o trabajas lo suficiente y te preparas no solo para escribir sino para conocer todas las otras aristas del oficio, o no te quejes si no te leen ni avanzas.

Porque a veces vas a sentir que todo esto es una mierda. Y probablemente tengas razón, pero es lo que hay.

Concurso

Hace cuatro años, en lo peor de la pandemia, El Diario organizó su primer premio literario. En aquél entonces, se trataba de enviar historias (de ficción o de no ficción) sobre el encierro por convid-19. Yo gané, con una historia de ficción.

Cuatro años después, están organizando su segundo premio. Este es de narrativa autobiográfica o testimonial. Y yo soy uno de los cinco miembros del jurado. El cierre de la convocatoria era el 27 de este mes, pero me parece que van a extender la fecha de postulaciones. Así que los invitó a participar. Me encantaría que la o el ganador saliera de la comunidad de Círculo Amarillo.

Talleres

Gabriela Consuegra es una de las narradoras venezolanas más destacas de mi generación. Nos conocimos hace años, cuando los dos agarramos pizarra en un concurso de crónica. Hoy, vive en Galicia, desde donde se está dando a conocer y, probablemente, sea la autora venezolana joven con más resonancia en España. 

Va a dictar el taller Perseguir la memoria: cómo escribir tú historia. Es de narrativa autobiográfica y creo que podría interesarle a muchos de ustedes.

Por otro lado, Luis Bond volverá a dictar, después de cuatro años, Diálogos que emocionan y reescritura de guion. Son solo dos clases. La primera será sobre la escritura de diálogos; la segunda, sobre el proceso de reescritura. Es nuestro taller más económico: 25$.

Periodista: Enrique Raúl Vivas Pino

CNP: 15.730

Soy Comunicador Social egresado de la UCSAR Mención Comunicación Organizacional