Una carta mensual de Lizandro Samuel.
Circulo Amarillo and Lizandro Samuel
oct 12
Un amigo me escribió para comentarme que había leído una lista de supuestos candidatos al Nobel de Literatura y que solo conocía a dos de los 10 postulados.
Digo supuestos porque, en teoría, el Nobel no tiene candidatos ni finalista. Aunque, quién sabe: todo eso se maneja con mucho hermetismo.
Lo curioso es cómo todos los años la prensa habla de unos posibles ganadores. La fuente de esa información nunca es citada o, cuando menos, resulta ambigua. Y, rara vez, aciertan. Este año no fue la excepción: Han Kang, la ganadora, no estaba en ninguna de las listas que vi.
Se trata de una de las más antiguas pero efectivas técnicas de marketing: esparcir rumores.
No lo digo como crítica, solo lo estoy puntualizando.
Así como los testimonios de autores renombrados que suelen aparecer en la contratapa de algunos libros muchas veces son comprados, es de suponer que estos rumores sobre posibles candidatos al Nobel son esparcidos por agentes y editoriales.
El motivo es obvio: vender los libros de los supuestos candidatos.
En la política, los rumores tienen por objeto medir la aceptación o rechazo de las personas ante un tema, o generar determinadas acciones en la población. En el fútbol, se hace lo mismo todo el tiempo. La mayor parte de “noticias” que salen sobre el posible fichaje de un futbolista por un club son estrategias de mercadeo que buscan mejorar la imagen del jugador o subirle el precio.
La liga de fútbol en Arabia Saudita tiene como uno de sus objetivos de crecimiento a largo plazo producir un número determinado de rumores al año: que asocien a futbolistas de élite con el país tiene un impacto positivo en la marca y el turismo, así solo se concreten el 10% de los fichajes.
Mi amigo me preguntó por uno de los escritores de la lista. Le había llamado la atención. Probablemente, empezó a indagar sobre él y a buscar sus libros.
Las viejas estrategias de marketing siguen funcionando.
¿Por qué te lo tomas tan en serio?
Una de las cosas que suele darme curiosidad es lo en serio que se toman algunas personas los premios.
Suelo insistir con esta idea: los premios son espacios para mercadear algo y para recibir un tipo de retribución (social o, de preferencia, económica) que se convierte en capital para seguir creciendo.
Llevarlos al terreno personal me parece una idea ridícula.
El Premio Nobel de Literatura en ese sentido apuesta, con frecuencia, por logar algo en teoría loable: difundir en el mundo la obra de autores que, según sus criterios, deberían ser leídos. Por eso es lógico que la mayoría de las veces nos resulten desconocidos los galardonados.
Stephen King, Haruki Murakami y Joyce Carol Oates lograron algo mucho más difícil (y para mí, valioso) que cualquier premio: reconocimiento de las masas, tener sus libros publicados en un centenar de países y vivir de las regalías de su obra. Aunque sería entendible que quisieran ganarlo, no necesitan el Nobel. En todo caso, el Nobel los necesita a ellos.
Porque, cada tanto, el premio lo gana un escritor o escritora más conocido que el premio en sí mismo. Y ahí se produce una sinergia de marcas positivas para los mercados. Fue el caso de Annie Ernaux o Mario Vargas Llosa, cuyo premio fue celebrado por fandoms nutridos y consolidados.
Y eso me parece que está bien: acrecienta el legado de grandes obras.
Al mismo tiempo, creo que es difícil que me hubiese enterado de la existencia de los libros de José Saramago, Wislawa Szymborska o Svetlana Aleksiévich de no haber sido por el premio.
Y eso también me parece que está bien: la de una vitrina mundial a obras que, por el motivo que sea, no lo habían conseguido pese a su extraordinaria calidad artística.
Caso curioso siempre será el de Bob Dylan, pero eso merece un boletín aparte.
Evitar la endogamia
Me pregunto si el concepto del Nobel no está quedando un poco desfasado en la era del Game, este mundo construido por las insurrecciones digitales de Silicon Valley.
La forma en la que leemos hoy día es muy distinta a la que leíamos en el siglo XX. Hoy no solo hay menos analfabetismo en el mundo y vivimos rodeados de lo audiovisual, sino que también estamos hiper estimulados y súper consentidos por las productoras que nos ofrecen exactamente lo que queremos.
Nuestro horizonte de referencias se ha ampliado. Cualquier veinteañero comprometido tiene muchos más libros encima de los que tenían sus padres a la misma edad. El nivel de cultura que puede absorberse actualmente en unos pocos años tomaba hasta el siglo pasado varias décadas.
¿No debería el Nobel ser consecuente con los tiempos que corren?
Se me ocurre que quizá sería necesario instaurar, al menos, el Nobel de Poesía, el de Narrativa y el de Ensayo.
Por supuesto que eso generaría muchos problemas: ¿una escritora que ha incursionado en las tres áreas podría competir en las tres categorías? Me imagino a algún indignado porque le dieron el de Narrativa cuando quería ganarse el de Poesía. Y, claro, ya que se abrió esa posibilidad, es válido preguntarse por qué no abrir el de haikus, o diferenciar el de narrativa de ficción del de no ficción (¿y qué pasa con los textos híbridos?), ¿la divulgación entra en ensayo?
En fin, es un asunto complejo. Así y todo, creo que el premio necesita actualizarse y refrescarse. Responder a las necesidades de los lectores y escritores contemporáneos.
Hacer frente a las discusiones que pudieran surgir y utilizarlas como capital para generar imagen.
Después de todo, el premio más relevante para la sociedad en años recientes fue el de Bob Dylan: nunca, desde entonces, se ha vuelto a hablar tanto del Nobel como en esa ocasión.
Porque he aquí algo dramático, que está pasando con los Oscar (así como otros premios de cine) y que pasa un poco con los Grammy: estos galardones cada vez tienen menos importancia para un público decidido a leer lo que le gusta y lo que consigue con unos pocos clics de esfuerzo.
Cada vez se habla menos de los premios en las calles. Seguro que a los que nos interesa mucho la literatura y hacemos vida en esta industria nos importan estas cosas, pero la medida real es saber cuántas conversaciones se produjeron en el Metro sobre Jon Fosse, o si el panadero ese año decidió regalarle a su hija un libro de Louise Glück.
El arte vive y surge en diferentes espacios. Ignorar eso es dispararse en el pie.
Periodista: Enrique Raúl Vivas Pino
CNP: 15.730