Hoy es Sábado Santo, el día en que todos perdieron la fe salvo María, la Madre de Dios

Hoy, 19 de abril, es Sábado Santo, conocido también como Sábado de Gloria el día de la espera. El cuerpo inerte de Jesús ha sido colocado en el sepulcro y, no muy lejos de allí, María permanece en oración, acompañando a la Iglesia.
Jesús desciende al abismo y un profundo silencio envuelve la tierra
En el año 2010, el Papa Benedicto XVI se refería al Sábado Santo como “el día del ocultamiento de Dios” al comentar un antiguo texto de la tradición sobre las horas posteriores a la muerte del Reconciliador. Decía el Papa: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía [cuyo autor se desconoce]: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (…) Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439)».
Estas palabras evocan aquello que repetimos en el Credo cuando profesamos que Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Creer que Cristo “descendió a los infiernos” tiene un profundo significado. El Señor ha llevado su amor a niveles impensables: por su muerte ha penetrado la soledad más absoluta en la lejanía más extrema. Desde aquel primer Sábado Santo de la historia sabemos que no hay nada que pueda escapar al amor de Dios; en la más profunda tiniebla ha brillado la Luz de Cristo.
María, Madre de la esperanza, nos enseña a confiar
En ese momento, cuando Dios se ha retirado del mundo y todo es desolación, María sigue confiando en las promesas de su Hijo y conserva la esperanza en el interior. Si todos le han dado la espalda al Hijo, o son presa del temor, Ella no. María seguirá de pie, esperando en Él.
La Virgen ha sido toda su vida “Madre de la espera paciente”, y hoy no será la excepción. No hay duda de que su dolor es “inmenso como el mar”, como canta un antiguo poema, pero tampoco hay espacio para dudar sobre su fe: la Virgen mantuvo viva la llama de la confianza en medio de la tempestad.
El P. Juan José Paniagua, colaborador de ACI Prensa, en una de sus reflexiones sobre el Sábado Santo recordaba que muchos de los seguidores de Jesús -amigos, discípulos, apóstoles- se desilusionaron porque creían que Él iba a ser el “gran Mesías” de Israel: un guerrero que los liberaría del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Al ver que Cristo se dejó crucificar y murió, muchos quedaron tristes y desilusionados.
“Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, pensarían los discípulos que iban camino de Emaús. Y es que en el grupo más cercano a Jesús -a excepción de María, Juan y algunas mujeres- era presa del pánico y se hallaban escondidos.
Aún más: incluso las mujeres que estuvieron al pie de la Cruz acompañando a la Madre daban por muerto al Maestro; y ‘muerto’ quería decir ‘todo acabó’. Como se sabe, ellas acudieron a embalsamar el cuerpo del Señor, algo que sólo era concebible si está la convicción de que todo ha terminado -u olvidaron la promesa de la resurrección de Cristo, o, lo que sería peor, recordándola, no le dieron el debido crédito-.
¡Qué contraste con la Virgen!, la única mujer que no se dejó abatir por el desaliento, que no dudo. ¡Bendita sea la Madre de Dios! ¡Ella se mantuvo firme!
Eso lo cambia todo. Hoy es “el día del ocultamiento de Dios”, cierto, pero al mismo tiempo es la “hora de María”, la hora de la fe.
Bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20, 29)
Quizás sea la falta de fe lo que explique por qué cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío “estaban desconcertadas”, “llenas de temor” (Cfr. Lc 24, 4-5). No entendían por qué no estaba el cuerpo de Jesús donde lo habían dejado. Dice el relato de San Juan: “Y le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20, 13). Sólo cuando ven a Cristo aparecer, creen.
La Virgen María, en cambio, no fue al sepulcro porque conservaba intactas la fe y la esperanza. Ella sí había conservado la palabra de Dios en lo profundo del corazón, aferrándose a esta. No estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. La Madre confió y esperó la resurrección del Hijo. ¡Bendita tú entre las mujeres!
El Sábado Santo y el significado de la Vigilia Pascual
Hoy es Sábado Santo y la Iglesia Católica, después de haber conmemorado la Pasión y Muerte del Señor, se prepara para celebrar a Jesús Resucitado. La mayor de esas celebraciones es la Vigilia Pascual.
Según la Enciclopedia Católica, el Sábado Santo marca el final del tiempo “de Cuaresma y penitencia y el principio del tiempo Pascual, que es uno de regocijo”. En ese sentido, estos son los tres grandes significados de esta celebración tan importante:
Sábado Santo: Duelo transformado en esperanza
Las primeras horas del día están marcadas por un espíritu de duelo, que prolonga el ambiente de silencio y meditación de la víspera. Son horas de espera en las que los católicos recuerdan que Jesús fue colocado en el sepulcro y después “descendió a los infiernos”.
Ciertamente son horas de espera, pero no de soledad. La Madre de Dios, María, acompaña a sus hijos en este trance, en el que Dios parece ausente. La Virgen permanece firme al lado de la tumba de su Hijo, fortaleciendo la fe, la confianza y la esperanza de todos sus hijos.
Luz que aleja las tinieblas
Más tarde, entrada la noche, tiene lugar la celebración eucarística más especial del año litúrgico: la Vigilia Pascual, ‘la liturgia de las liturgias’, ‘la Misa entre las misas’, en la que se celebra la noche bendita en la que Jesús resucitó y coronó su obra de salvación.
La Vigilia Pascual es la celebración por excelencia de la victoria definitiva de Cristo sobre el mal, el pecado y la muerte.
Vigilia Pascual: Celebrando la victoria de nuestro Dios
Durante la Vigilia Pascual se realizan tres símbolos importantes. El primero es la celebración de la luz o del fuego. El sacerdote bendice la fogata ardiente ubicada fuera del templo y, tomando fuego de esta, enciende el cirio pascual, símbolo de Cristo. La luz del cirio acaba con la oscuridad.
El segundo se da en la celebración dentro del templo. Allí se entona el Pregón Pascual, poema del siglo IV que proclama el cumplimiento de todas las promesas en Cristo, quien recibe la gloria y el honor para siempre.
La Liturgia de la Palabra se articula en una secuencia de siete lecturas en las que se recuerda la historia de la salvación, desde la Creación del mundo hasta la Resurrección del Señor.
En esta parte, resalta la lectura del libro del Éxodo en la que se narra el paso del pueblo de Israel por el Mar Rojo, cuando los judíos huían de las tropas egipcias que los perseguían y fueron salvados por Dios.
Esa acción divina fue primicia de lo que sucedería después: Dios salvaría de nuevo a su pueblo, pero esta vez lo hará entregando a su Hijo amado.
El tercer momento se produce cuando los fieles renuevan las promesas bautismales, renunciando a Satanás, a sus seducciones y obras. Esto se lleva a cabo frente a la pila bautismal -o un recipiente adecuado que haga las veces- y se cantan las letanías invocando a todos los santos, como expresión de la unidad de la Iglesia militante con la Iglesia triunfante.
Periodista: Enrique Raúl Vivas Pino
CNP: 15.730