
El 13 de febrero de 1668 se firmó el Tratado de Lisboa, mediante el cual España reconoció la independencia de Portugal. Este acuerdo puso fin a la guerra de separación de Portugal, que comenzó en 1640.
Detalles del tratado
- Se estableció un compromiso de paz perpetua entre España y Portugal.
- Se acordó la devolución de las plazas tomadas durante la guerra.
- Se estableció la libertad de circulación y comercio entre los súbditos de ambos países.
- Se concedió amnistía a los prisioneros tomados durante la guerra.
- Se acordó la devolución de las propiedades tomadas durante la guerra.
- Portugal quedó libre de formar alianzas con quien quisiera.
Contexto de la independencia de Portugal
La independencia de Portugal se logró tras una rebelión y una guerra prolongada. El proceso se inició con la Restauración portuguesa de 1640 y se formalizó en 1668 con el reconocimiento de la independencia de Portugal por Carlos II.
El 13 de febrero de 1668, mediante el Tratado de Lisboa, la Corona española reconocía la independencia de Portugal. Veintiocho años después de la revuelta liderada por el duque de Braganza contra Felipe IV los portugueses recobraban (oficialmente) su Reino. Como explica David Martín Marcos en su obra Península de recelos. Portugal y España, 1668-
Con la firma del Tratado de Lisboa se daba por concluida una época de casi cien años, marcada primero por la unión dinástica entre ambas monarquías (1580-1640) y luego por el levantamiento portugués y la Guerra de Restauración (1640-1668). Durante este período los intereses entre Lisboa y Madrid se estrecharon y las causas de la sublevación han de situarse más en un contexto de presión fiscal y hartazgo de la población y de la nobleza (similar al sufrido en otras regiones de la Corona) que en un extendido sentimiento anticastellano.
La paz, sin embargo, no vino a solucionar los graves problemas que afectaban a las dos monarquías. En España, tras la muerte de Felipe IV en 1665, comenzaba un turbulento período determinado por la minoría de edad de Carlos II y la regencia de Mariana de Austria, cuyo rasgo más destacado fue el difícil intento por mantener en pie un Imperio muy tocado tras las paces de Westfalia y de los Pirineos. Portugal, por su parte, recobraba ya su independencia, tampoco atravesaba una situación que permitiese grandes celebraciones, pues estaba inmerso en las disputas entre alfonsistas y pedristas producidas por la llegada al trono de Pedro II después de forzar a su hermano a cederle el poder. Sin contar las penurias económicas originadas por la guerra que sufrían ambos reinos.
En este contexto se desarrolla la obra de David Martín, cuya finalidad es «ampliar el estrecho y circunscrito marco cronológico de los estudios sobre la relaciones hispano-
Uno de los principales rasgos de la obra es la importancia dada a los embajadores o enviados plenipotenciarios, quienes en ocasiones llegan a convertirse en los verdaderos protagonistas del libro. David Martín utiliza a personajes como el marqués de Gouveia, el conde de Humanes, Maserati, John y Paul Methuen o Lluís de Cunha para exponer el desarrollo de las relaciones entre España, Portugal y el resto de Estados europeos. De hecho, la principal fuente de información del autor son los despachos diplomáticos. La historia política –en concreto, las relaciones internacionales- es predominante y a medida que nos acercamos a la Guerra de Sucesión española el escenario se amplía, deja de ser sólo peninsular y contempla la entrada en juego de las otras grandes potencias continentales.
El libro analiza el sentimiento de desconfianza respecto a las intenciones españolas que se instala en la Corte lusa y que regirá la política exterior portuguesa durante las décadas siguientes. David Martín recoge numerosos sucesos que, con razón o sin ella, justificaron esta actitud (apoyo a la conspiración para traer de vuelta de las Azores a Alfonso VI, inclusión de las quinas portuguesas en la bandera española, pervivencia de sectores de la nobleza que anhelan la nueva unión de las dos Coronas, por citar algunos de ellos). El punto culminante se alcanzó con el enfrentamiento entre españoles y portugueses en la Colonia de Sacramento que estuvo a punto de degenerar en guerra abierta. Parece como si la Corte española no hubiese aceptado la independencia portuguesa y mantuviese un cierto aire de superioridad frente a su antiguo vasallo.
La obra se divide en tres capítulos organizados cronológicamente. El primero («La diplomacia de las regencias (1668-
El segundo capítulo («Crisis dinásticas, opciones ibéricas (1683-
El último capítulo («Tiempo de guerra (1700-
El autor resume en estos términos el resultado de las negociones en la ciudad holandesa que condicionaron el futuro de las dos coronas: «Utrecht no les concedió nada, no les arrebató nada. Pero a Portugal al menos le otorgó un reconocimiento frente a un vecino que, con demasiada frecuencia, le había puesto en evidencia. Después de décadas de tensión y de la brutalidad de la guerra, la conferencia situó a los plenipotenciarios de Juan IV en la mesa de negociación a la vista de toda Europa e hizo posible dejar atrás cierto complejo de inferioridad. Marcó la separación definitiva entre las dos Monarquías, que empujadas por Londres, de un lado, y París, de otro, habían comenzado a excavar un foso insalvable ante sí. Acabó, pues, con las añoranzas pro-
David Martín Marcos es doctor en Historia por la Universidad de Valladolid. Ha sido miembro de la Escuela Española de la Historia y Arqueología en Roma e investigador postdoctoral en la Universidade Nova de Lisboa. Actualmente es profesor en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Es autor de El Papado y la Guerra de Sucesión española.
Periodista: Enrique Raúl Vivas Pino
CNP: 15.730