VenezuelaVv

Página Web de Noticias

Uncategorized

Hoy se celebra a la Virgen de la Medalla Milagrosa

Cada 27 de noviembre los fieles católicos celebran el día de la Virgen de la Medalla Milagrosa, advocación mariana nacida en Francia, cuya devoción se ha extendido por todo el mundo.

Los devotos de la Medalla Milagrosa se unen hoy en espíritu de oración en recuerdo de aquel 27 de noviembre de 1830 en el que la Madre de Dios se apareció a Santa Catalina Labouré (1806-1876).

Ese día la Virgen María le ordenó a la joven religiosa:

“Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.

Santa Catalina Labouré

Catalina Labouré fue una religiosa francesa perteneciente a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Era una mujer de oración penetrante, poseedora de un alma mística. Según la descripción de la santa, la Virgen María se le apareció de la siguiente manera:

“Estaba vestida con una túnica blanca y un velo del mismo color que la cubría desde la cabeza hasta los pies. Su rostro era bellísimo. Los pies aparecían apoyados encima de una esfera o globo, mientras pisaban a una serpiente. Sus manos, a la altura del corazón, sostenían una pequeña esfera de oro, coronada con una cruz. Los dedos de las manos estaban adornados con anillos con piedras preciosas, desde las que salían destellos de luz”.

La Medalla Milagrosa

La Medalla Milagrosa es una medalla devocional, un objeto de piedad cuya finalidad es disponer a los devotos a acoger la gracia de Dios; un signo visible del deseo de cada devoto a cooperar con esa gracia, secundando a María en la misión que Dios le ha encomendado en el mundo. El diseño fue realizado por el orfebre Adrien Vachette, de acuerdo a las indicaciones de Santa Catalina Labouré.

Le dijo la Virgen a Catalina: “Este globo que ves (a mis pies) representa al mundo entero, especialmente a Francia, y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no las piden”. En ese momento, la esfera o globo de oro que tenía la Virgen en las manos -prosigue el relato de Catalina- se desvaneció, y sus brazos se extendieron, abiertos, mientras los rayos de luz continuaban cayendo sobre el globo blanco a sus pies.

De pronto apareció una forma ovalada en torno a la figura de la Virgen, con una inscripción en el borde interior que decía: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un semicírculo que empezaba a la altura de la mano derecha de la Virgen, pasaba por encima de su cabeza y terminaba a la altura de la mano izquierda. María, mostrándose de esa manera, le pide a Catalina que acuñe una medalla según la imagen que estaba contemplando.

Entonces, la imagen de la Virgen giró y Catalina pudo ver el reverso. En este estaba inscrita la letra “M”, con una cruz que se alzaba desde la mitad. Por debajo de la inscripción estaban el Corazón de Jesús, circundado con una corona de espinas, y el Corazón de María, traspasado por una espada. Alrededor, formando un contorno, aparecían doce estrellas.

La Inmaculada Concepción

Esta manifestación se repitió a finales del mes siguiente, en diciembre de 1830, y en los primeros días de enero de 1831.

En un principio, los devotos de la medalla la llamaron “Medalla de la Inmaculada Concepción”, pero con la difusión de la devoción -fortalecida e impulsada por las numerosísimas gracias y milagros- los fieles empezaron a llamarla “La Medalla Milagrosa”, tal y como se sigue haciendo en nuestros días.

La historia de la Medalla Milagrosa: de las apariciones a la novena

La Medalla Milagrosa, símbolo de devoción y fe, de las gracias infinitas que la Virgen María otorga a sus hijos. Un signo de esperanza y amor.

La Medalla Milagrosa es un símbolo de devoción y amor reconocido por la Iglesia Católica, apoyo para aquellos que buscan la gracia, para aquellos que enfrentan un momento particularmente difícil en sus vidas o, simplemente, para aquellos que desean recordar cada día que no están solos, que tienen una Madre infinitamente buena y amorosa que los apoya y los soporta.

El Catolicismo reconoce la posibilidad de que algunos hombres y mujeres particularmente merecedores, a lo largo de los siglos, hayan recibido la visita de Jesús, la Virgen María o un Santo o Santo en particular. Con motivo de estas visitas, estos hombres habrían recibido mensajes, revelaciones, incluso órdenes, dirigidos al bien de ellos y de toda la comunidad cristiana. La naturaleza misma de la religión católica, profundamente centrada en una dimensión interna de oración y meditación personal, nos hace comprender cuán importante es la presencia de ‘signos’ visibles, a veces incluso tangibles. Aunque el espíritu sigue siendo el canal de comunicación privilegiado para el diálogo del hombre con Dios, sin embargo, la naturaleza carnal y material del ser humano exige, de vez en cuando, la manifestación de Su presencia en un plano de existencia que sea más agradable para él. Con motivo de las apariciones, el amor de Dios se hace visible, se convierte en carne, presencia, en una experiencia mística que trasciende toda comprensión y distorsiona a aquellos que la viven de manera completa, irremediable.

La historia de la Medalla Milagrosa (o medalla de Nuestra Señora de las Gracias, o medalla de la Inmaculada) también está relacionada con este tipo de experiencia. Este objeto de veneración, con un poderoso simbolismo, capaz de curaciones inesperadas y actos prodigiosos, proviene de una aparición, de un momento de amor divino hecho carne y luz, del encuentro entre una novicia joven y humilde de apenas veinticuatro años y la Virgen María. En una conversación nocturna que duró horas, hecha no solamente de palabras, sino de miradas, gestos, manifestaciones de afecto y devoción y una esperanza vibrante.

Porque las apariciones de María, en particular, son consideradas por la Iglesia como intervenciones de una Madre amorosa hacia sus hijos, un gesto de misericordia y afecto por parte de quien, tan cerca de Dios, no olvida a todos los que viven las preocupaciones de la vida terrenal, demasiado frágiles, demasiado débiles para poder hacer frente a los problemas, a las desgracias, a las interminables pruebas que la vida les presenta. Así, de vez en cuando, María desciende para recordar a quienes creen y confían en ella, su compromiso, su voluntad de ayudar a los hombres y mujeres en su viaje diario, de apoyarlos, defendiendo siempre y en todo caso su causa ante los ojos del Padre.

Así fue para la Virgen de la Medalla Milagrosa, que el 27 de noviembre de 1830 apareció a Santa Catalina Labouré, una joven novicia en el convento de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en la rue du Bac n. 140, París.

Las apariciones y la historia de la Medalla Milagrosa

Catalina Labouré, proclamada santa en 1947 por el Papa Pío XII, dijo haber sido testigo de muchas apariciones a lo largo de su vida. La primera cuando ella era una adolescente, cuando San Vicente de Paúl se le apareció en un sueño para invitarla a unirse a su Compañía de las Hijas de la Caridad. Durante el noviciado tuvo otras apariciones, de Jesús presente en la Eucaristía más allá de las apariciones del Pan, y como Cristo Rey crucificado, despojado de todos sus ornamentos. Mantuvo estas apariciones ocultas durante toda su vida, contándoles a punto de morir sólo a su confesor.

Las apariciones más famosas, por las que se recuerda a Santa Catalina, son sin embargo las de la Inmaculada de la Medalla Milagrosa. Tuvieron lugar en julio y noviembre de 1830, en la Capilla del Noviciado. El 18 de julio de 1830, Catalina había rezado fervientemente para que Jesús le concediera cumplir su gran deseo de ver a la Santísima Virgen. A las 11:30 pm, se despertó, sintiéndose llamada por su nombre, y vio a un niño misterioso al pie de la cama, pidiéndole que se levantara. “La Santísima Virgen te espera”, le dijo el niño, irradiando rayos de luz mientras se movía. El niño, a quien Catalina identificó como su Ángel de la Guarda, la acompañó a la Capilla, donde la Virgen la esperaba sentada a la derecha del altar. Catalina contó: “Entonces, di un salto hacia Ella, poniéndome de rodillas sobre los escalones del altar y con las manos apoyadas sobre las rodillas de la Santísima Virgen. Fue el momento más dulce de vida. Me sería imposible expresar todo lo que sentí. La Santísima Virgen me dijo cómo debía comportarme con mi confesor y muchas otras cosas”.

Hablando de la apariencia de la Virgen, Santa Catalina se esforzaba por encontrar las palabras: “La Virgen estaba de pie, vestida de blanco, estatura mediana, el rostro tan bello que me sería imposible decir su belleza. Llevaba un vestido de seda blanco-aurora, hecho, como se dice, “al estilo virgen”, sin escote, mangas lisas. La cabeza cubierta con un velo blanco que le descendía por ambos lados hasta los pies. Debajo el velo llevaba el cabello partido y liso bajo una especie de pañoleta, guarnecida de una puntilla de dos dedos de anchu­ra, sin fruncido, ligeramente apoyada sobre el cabello, el rostro muy descubierto. Los ojos tan pronto levantados hacia el cielo como bajados. Los pies apoyados sobre una esfera, es decir, la mitad de una esfera, o al menos a mí me pareció la mitad”. La Santa dijo que se había arrodillado ante la Virgen y que había puesto sus manos sobre sus rodillas, en reverencia.

La ocasión en que la Santísima Virgen le encargó a Catalina que obtuviera la Medalla Milagrosa acuñada, fue la segunda aparición, que tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, alrededor de las 05:30 pm. La Virgen le dijo que esa medalla hubiera sido un signo de amor, una promesa de protección y una fuente de gracia para todos aquellos que hubieran confiado en ella. Siempre Nuestra Señora le mostró a Catalina cómo debería ser esta medalla. Catalina contó que, en la aparición, los pies de María descansaban sobre un medio globo, que simbolizaba el globo terráqueo, y aplastaban la cabeza de una serpiente verdosa moteado de amarillo. Las manos de la Virgen estaban adornadas con anillos tachonados con piedras preciosas que proyectaban rayos de luz de diferente intensidad y color hacia abajo. Nuestra Señora le explicó a Catalina que esos rayos eran: “el símbolo de las gracias que yo derramo sobre cuantas personas me las piden”.

Luego, Catalina vio una especie de marco ovalado alrededor de la Virgen, y una inscripción que se extendía desde la mano derecha de María hacia la izquierda, formando un semicírculo de palabras escritas en letras de oro: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.

Esta se convertiría en la imagen frontal de la Medalla Milagrosa: María aplastando la cabeza de la Serpiente, como se anunció en la Biblia (“Pondré enemistad entre tú y la mujer […] te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón”, Gen 3:15), mientras de sus manos benditas salen rayos de luz, símbolo de las gracias concedidas por Dios, y la invocación «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti» para enmarcar el todo.

Pero la aparición continuó, y la imagen mística pareció girar frente a los ojos de Catalina, mostrándole lo que debería ser la parte posterior de la Medalla: “Ahí estaba la letra M (inicial del nombre María) coronada por una cruz sin un crucifijo que tenía como base la letra I (inicial del nombre Iesus, Jesús). Debajo había dos corazones, uno rodeado de espinas (el de Jesús), y el otro perforado por una espada (la de María). Doce estrellas finalmente lo rodearon todo. Entonces todo desapareció, como algo que se apaga, y me quedé llena no sé qué, de buenos sentimientos, de alegría, de consuelo”.

Aquí está la explicación de la parte posterior de la Medalla Milagrosa: la M de María sostiene la Cruz sin crucifijo; el monograma I de Jesús (Iesus) se cruza con la M de María y la Cruz, y simboliza la salvación que traen Jesús y la Virgen, la relación indisoluble que une a Cristo con su santísima Madre, que se convierte así en testigo de la Salvación de la humanidad por parte de su Hijo Jesús y copartícipe en el acto mismo del sacrificio de Cristo; el corazón coronado de espinas es el Sagrado Corazón de Jesús, mientras que el perforado por la espada es el Inmaculado Corazón de María; las 12 estrellas simbolizan las 12 tribus de Israel y los 12 apóstoles. La misma Virgen también es saludada como Estrella del mar en la oración Ave Maris Stella.

La Virgen habló nuevamente a Catalina diciéndole que acuñara una medalla en ese modelo: “Todas las personas que la llevarán consigo, recibirán grandes gracias, especialmente llevándola en el cuello; las gracias serán abundantes para las personas que la lleven consigo con confianza”.

Catalina encontró cierta resistencia, pero al final la Medalla fue acuñada, en 1832, en aproximadamente 1500 especímenes, pero inmediatamente su poder se manifestó con numerosas curaciones y conversiones, tanto que fue necesario hacer millones de copias. También los papas Gregorio XVI y Pío IX la han utilizado y la Capilla de las Apariciones se ha convertido en un lugar de culto y peregrinación.

Hoy en día hay miles de millones de reproducciones de la Medalla Milagrosa, en oro, plata y metales menos nobles. Se puede encontrar para la venta en todas las tiendas que tratan con artículos religiosos y, por supuesto, en tiendas en línea.

Los significados de la Medalla Milagrosa: milagrosa, luminosa y dolorosa

Milagrosa

La Medalla que la Virgen le indicó a Santa Catalina para que se acuñara y distribuyera se llama Medalla Milagrosa, con referencia a los muchos casos de curación y conversión que causó. En febrero de 1832, París fue devastada por una terrible epidemia de cólera, que causó más de 20,000 muertes. Las Hijas de la Caridad distribuyeron en esta ocasión las primeras 2,000 medallas e inmediatamente comenzaron a tener lugar las curaciones, junto con las conversiones. Por eso los parisinos comenzaron a llamar a la medalla «milagrosa».

Luminosa

Los rayos de luz que provienen de los anillos en los dedos de María son el símbolo de las gracias que otorga a todos sus hijos, de su misión de amorosa intermediaria entre los hombres y Dios. Los rayos de gracia que caen sobre la tierra difunden el amor y la salvación, y la luz que emanan simboliza el triunfo de María entre aquellos que han sido y serán salvados, inmaculada desde su concepción, portadora de una gracia especial, en virtud del Hijo que ha llevado en su vientre. En este papel de Madre y Salvadora, María mata a la Serpiente, la causa de todos los males de la humanidad.

Dolorosa

En la parte posterior de la medalla, los dos monogramas de María y Jesús, sus corazones perforados, cuentan una historia de dolor y amor y sacrificio sin fin. En particular, el corazón coronado con las espinas de Jesús simboliza Su sacrificio de amor por los hombres, mientras que el corazón perforado por la espada de su Madre simboliza el amor de Cristo, quien vive y arde dentro de ella, y a través de ella se vierte sobre todos los hombres.

La Novena a la Medalla milagrosa

El 27 de Noviembre, día en que Catalina recibió la visita y el mandato para la creación de la Medalla milagrosa por parte de la Virgen, se celebra la Santísima Virgen María de la Medalla Milagrosa. En vista de esta importante fecha, nació la Novena a la Virgen de la Medalla Milagrosa, que debe recitarse del 18 al 26 de noviembre y cada vez que se piden gracias y consagración. La Novena de la Medalla Milagrosa también debe recitarse a las 5:30 pm del 27 de noviembre, la hora exacta en que se realizó la aparición, y en preparación para las celebraciones del último domingo de junio.

Súplica a Nuestra Señora.

Oh, Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, al contemplarte de brazos abiertos esparciendo gracias sobre aquellos que te las piden, llenos de la más viva confianza en tu poderosa y segura intercesión, innumerables veces manifestada por la Medalla Milagrosa, aún reconociendo nuestra indignidad por causa de nuestras numerosas culpas, osamos acercamos a tus pies para exponeros durante esta novena nuestras más apremiantes necesidades … (SE PIDE LA GRACIA). Escucha, pues, ¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!, este favor que confiados te solicitamos para mayor gloria de Dios, engrandecimiento de tu nombre y bien de nuestras almas. Y para mejor servir a tu Divino Hijo, inspíranos un profundo odio al pecado y danos el coraje de afirmarnos siempre verdaderamente cristianos. Así sea.

Santísima Virgen, yo creo y confieso tu santa Inmaculada Concepción, pura y sin mancha. ¡Oh, purísima Virgen María!, por tu Concepción Inmaculada y gloriosa prerrogativa de Madre de Dios, alcánzame de tu amado Hijo la humildad, la caridad, la obediencia, la castidad, la santa pureza de corazón de cuerpo y espíritu, la perseverancia en la práctica del bien, una buena vida y una santa muerte. Así sea.

Se rezan tres veces el Padre Nuestro, el Ave María, el Gloria y la jaculatoria: Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.

Al final de la Novena, el día 27 durante la misa, se recita el acto de consagración.

¡Oh, Virgen Madre de Dios, María Inmaculada!,
nosotros te ofrecemos y consagramos, bajo el título de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra alma y todos nuestros bienes espirituales y temporales.
Haz que esta Medalla sea para cada uno de nosotros una señal cierta de tu afecto y un recuerdo imperecedero de nuestros deberes hacia ti.
Y que al llevar tu Medalla nos guíe siempre tu amable protección y nos conserve en la gracia de tu divino Hijo.
¡Oh, poderosísima Virgen, Madre de nuestro Salvador!, consérvanos unidos a ti en todos los momentos de nuestra vida.
Alcánzanos a todos nosotros, tus hijos, la gracia de una buena muerte, a fin de que, juntos contigo, podamos gozar un día de la celeste beatitud.
Amén.

Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.

Los fieles también pueden optar por recitar la Coronilla de la Medalla Milagrosa, que se puede usar en la apertura del Rosario o como Novena o Triduo antes del 27 de cada mes, especialmente en noviembre. La Coronilla de la Medalla Milagrosa se compone de la oración inicial, la recitación del Credo en su forma corta, y tres súplicas alternadas por tres Ave María. Se cierra con la Oración final, con un Padrenuestro, Ave María y Gloria para el Santo Padre.

Periodista: Enrique Raúl Vivas Pino

CNP: 15.730

LEAVE A RESPONSE

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Soy Comunicador Social egresado de la UCSAR Mención Comunicación Organizacional